Suicidio


Me puse a pensar en el suicidio mientras preparo una ensalada para cenar.

No de una forma triste, sino como algo que podría suceder en cualquier momento, como si se tratase de una situación inevitable.

Corto un tomate en pequeños cuadraditos y me imagino colgando del techo, forcejeando para poner una de mis manos entre la cuerda y el cuello, pataleando, en un esfuerzo desesperado por inhalar un poco de aire. 

Tuve que parar un momento, aspirar profundamente y pasar una mano por mi garganta, buscando marcas que no existían.

¿Cuánto tiempo tarda una persona en asfixiarse? ¿Qué cuerda debo comprar para que soporte mi peso y no se rompa en medio del proceso? ¿Se supone que debo preguntárselo al dependiente de la tienda?

«Oye muchacho quiero una cuerda para ahorcarme. ¿Sabes cuál sería la más conveniente y que esté a buen precio? Soy suicida, pero no quiero gastarme toda la pasta en esto, ¿sabes?»

Debe haber mejores formas de quitarse la vida. Ahorcarse es para personas realmente desesperadas. Demasiado apuradas, sin muchas opciones o con poca imaginación.

Decididas, eso sí.

¿Lavé la lechuga? No me acuerdo. La voy a enjuagar, por las dudas, no vaya a ser cosa que me intoxique con alguna de esas bacterias de mierda. El otro día escuche en la tele que alguien estuvo una semana en coma por comer alimentos contaminados. Son cosas con las que hay que tener cuidado.

Necesito algo más pacífico, una transición que sea lo menos dolorosa posible. Las pastillas son lo primero que se le ocurriría a cualquiera, pero no es tan sencillo. ¿Qué pastillas debo tomar? ¿Cuál es la dosis recomendada o, mejor dicho, no recomendada?

Seguramente el prospecto diga algo, pero que coñazo leerse todo eso. 

¿Habrá alguna que sea de venta libre o debo ir a con un doctor? No creo que nadie se suicide con aspirinas. ¿Qué síntomas debo decir que tengo para que me recete una droga que sea potencialmente mortal?

Son demasiadas preguntas.

—Ponle bastante zanahoria. —dijo la chica que miraba la televisión recostada en mi sofá—

No sé qué hacía ella todavía aquí, ni porqué pensaba que podía tomarse la atribución de escoger la cantidad de zanahoria que debo poner en la puta ensalada. Voy a poner tanto como se me canten los cojones. 

¿Qué coño hago preparando ensalada para cenar? ¿Por qué no estoy comiendo pollo frito o una hamburguesa?    

—Condiméntala con limón, —dijo— así es más sano. Ya veréis como en un mes pierdes esos kilos de más.

No era algo serio.  Ella lo sabía, yo lo sabía. Todo el puto mundo sabía que no teníamos más que algo casual, sin compromisos.

Aun así, ella estaba allí, descalza y en pijamas, descansando tranquilamente mientras yo preparo esta puta ensalada.

Paso mi pulgar por el cuchillo de cocina. Parece bien afilado.

Creo haber leído que el corte en la muñeca debe hacerse en vertical, no en horizontal. También que es recomendable estar en una tina con agua templada para evitar la coagulación, o para que la sangre fluya más rápido… algo así.

No sé si podría, eso de los cortes y la sangre meda un poco de impresión. Además, se me hace que tiene que ser un proceso lento.

¿El suicidio es un acto de cobardía o de valentía?

¿Cómo dices, cariño?

No sabía que lo había dicho en voz alta.

—¿Suicidarse es de cobardes o de valientes? —le digo.

—Ninguna. Es de gilipollas. La vida cambia tan radicalmente de un momento a otro que en unas semanas te estas riendo de un problema que hoy pareciera no tener solución.

—A veces hay cosas que el tiempo no soluciona.

—Ponle más zanahoria a esa ensalada. Tiene vitamina v6 que dicen que hace que seas más feliz.

No soy un puto conejo, coño.

¿Por qué me ha dicho cariño? ¿Qué relación creerá que tenemos? No recuerdo que hayamos hablado nunca de tener algo serio. Son cosas que uno tiene que conversar, me parece. No debería presuponerse.

¿Cuánto tiempo hace que nos salimos? Que nos conocemos quiero decir, que la veo, que pasamos tiempo juntos. ¿Seis, quizás siete meses?

¿Eso es mucho tiempo? ¿A ella le parecerá el tiempo indicado para decirle a cariño a un tío que prepara ensalada mientras piensa trivialmente en el suicidio?

Joder.

No voy a decirle nada, no por ahora.  Está echada en el sofá viendo la tele y rascándose el ombligo mientras me da indicaciones de cómo debo hacer las cosas. No es el momento adecuado, creo yo.

Debe tener razones, digo yo, para creer que lo nuestro tiene una seriedad de la que realmente carece.

—¿Tienes pepino? Ponle algo de pepino.

—¿Por qué? ¿Tiene alguna vitamina importante? —digo mientras voy a hurgar en la heladera.

—Sí, supongo. No lo sé, me gusta el pepino.

—Aquí hay uno.

—Córtalo en rodajas finas.

¿Debería escribir una nota de suicidio? No soy muy bueno expresando mis sentimientos, explicando que me pasa. Tampoco me gustaría que lo lea cualquiera. Me imagino al primer policía que llegue, leyendo la carta y diciendo a sus colegas «Escuchen lo que escribió este desgraciado» y todos los hombres obesos de azul riendo, mientras el perito forense le saca una foto para tener algo que contar en su próxima reunión familiar.

No, creo que no dejaré nada. Pero es como una tradición y no quisiera romperla. No lo sé, supongo que habrá tiempo de pensar más en ello.

¿Y mi cuerpo? ¿Qué harán con mi cuerpo?

Quizás tendría que dejar alguna nota, pero que sólo tenga indicaciones de lo que quiero que hagan con mi cadáver.

No velorio.

No entierro.

No cremación.

No placa recordatoria.

Quiero que le den mis órganos a alguien que necesite de repuestos usados baratos, y lo que queda, si algo queda, que sea donado a la ciencia.

Que los capullos de primero de medicina le hagan chistes de mi picha muerta (doblemente muerta) a las chicas de su clase con intención de caer simpáticos para ver si pueden tirárselas.

Algunos lo lograrán. Será un polvo en mi honor.

Pero cuando ya no esté en este mundo, nada les impide agarrar mis intenciones póstumas y frotársela por la raya del culo reiteradas veces. No podré hacer nada para evitarlo.

Supongo que es un riesgo que debo correr.

Por lo pronto, creo que he puesto suficiente pepino a esta ensalada. Es la primera vez que le pongo a una ensalada toda esta mierda. ¡Qué coño, es la primera vez que hago una ensalada!     

—Esto debería estar listo —digo—

Ella gira suavemente y sonríe. Joder que bella es. ¿Cómo alguien así puede estar conmigo? Quizás esta loca como una cabra, no tengo otra explicación. Ella es un sueño, una fantasía. La chica ideal.

No voy a negarlo, extraño el olor a la carne chamuscada. Pero mientras llevo el bowl con la ensalada hacia la mesa frente al sofá para comer, pienso que quizás todo este cambio de hábitos sea para mejor. Puede que comience a sentirme con mayor fortaleza, con más energía, más feliz.

Me siento frente a la televisión y me sirvo un poco de agua mineral. Me encantaría que ella fuera real, que esté aquí a mi lado y no solo alguien que me imagino para no sentirme tan solo. Quisiera tener a quien se preocupe por mí, que me cuide, que me quiera desinteresadamente.

Doy el primer bocado a toda esa mezcla de verduras y hortalizas, mientras busco algo que mirar. No hay mucho para ver, la verdad.

Encontré un partido de futbol entre dos equipos extranjeros. Lo dejé, aunque me da igual quien gane.

Empujo otro bocado dentro de mi boca. Me obligo a comer, aunque para ser sincero no tengo hambre. Tampoco tengo sed.

La verdad no tengo ganas de nada.

Voy despacio hacia el balcón, hace bastante frío afuera. Me arrimo a la barandilla y miro hacia abajo. Diez pisos me separan del suelo.

Cierro los ojos y siento como el viento acaricia mi rostro. Experimento mucha calma repentina.

La mente está lista pero la carne es débil.

Arrojo el cuenco con la ensalada al vacío y observo como cae y se hace añicos contra el piso.

Vuelvo dentro y voy por una cerveza. Me siento de nuevo a ver el partido. Alguien ha marcado un gol y me lo he perdido.



SUICIDIO

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