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Mostrando las entradas de noviembre, 2020

Pequeñas Cosas

Gina me llamo cerca del mediodía y me pidió que vaya a ver David.   <Tengo miedo a que cometa una locura> fueron sus palabras. Intenté tranquilizarla, creyendo que era incapaz de hacer nada borde. Terminé prometiéndole que lo visitaría por la tarde para ver si todo estaba bien. David estaba deprimido y pasaba mucho tiempo solo en casa, pero supuse que era parte de su duelo. Tarde o temprano volvería a ser el mismo de siempre, sólo necesitaba un poco de espacio para digerir todo lo que había pasado. Fiel a mi promesa, cerca de las cinco estaba tocando timbre de su casa, pero nadie contestó. Golpeé la puerta y grité su nombre un par de veces, pero fue en vano. Antes de irme intenté girar el picaporte y, para mi sorpresa pude abrirla, no estaba cerrada con llave. Eso nunca puede ser una buena señal —pensé. Entré. Todo parecía tranquilo. Las cortinas estaban cerradas y las luces apagadas, como si no hubiese nadie allí. El lugar estaba limpio y ordenado, dentro de lo que cabe

Producto

Jesús tiene treinta y tres años y un revolver .38 largo en el bolsillo izquierdo de su campera deportiva. Alguna vez dijo que quería ser arquitecto, pero le dio solamente para trabajar de peón en una obra en construcción donde cobra en negro menos del salario mínimo. Claro que no le gusta su trabajo, ni los gritos del capataz apenas baja de la caja trasera de la pick up que lo lleva hasta la obra, cuando recién sale el sol. Hoy aguarda impaciente frente a la carnicería de Luis, a que salgan los últimos clientes, llevando en la mano bolsas blancas con un dibujo de la cara caricaturizada de una vaca guiñando un ojo y sacando la lengua, dentro de las cuales guardan partes mutiladas del mismo animal, pero que no está tan contento como la pintura de fuera quiere hacer parecer. Tiene el pulso acelerado, la respiración agitada, transpira. Mete su mano en la campera y tantea el arma otra vez. Piensa que solo tiene 3 balas. Suficientes. Si la cosa iba bien no tendría que usar ninguna.

Quedarme en Casa

 Diez de la mañana. Hoy es un día de esos en que mi voz interior me repite como si de un mantra se tratase, “Era paja, helado y Netflix” —¿Pedimos desayuno? —Pregunta la chica a mi lado en la cama. Quiero irme a mi casa, te juro. —Dale, pidamos café con facturas —insiste. Me lo merezco, por ser un calentón de mierda. Quien me mando a darle corazoncito en Tinder, a hablarle cuando hicimos match. A insistirle para que nos veamos, aunque haya elegido un lugar que me queda en la loma del orto. Ahora a no chistar. Cómprale medialunas a la gorda, te tomas el café de mierda y cuando te pida un polvo mañanero le decís que el café te dio cargadera. Con suerte no me llama de nuevo. La putísima madre, se me está poniendo dura. Es una de esas erecciones matutinas incontrolables que hasta duelen de lo tiesa que está y la gorda, en vez de hacer algo con esto, se pone a ver el noticiero. Han muerto cien niños en un atentado en que tetas tiene la gorda esta. —Quiero ver el pronóstico

Nuevos Dioses

Desde las cuatro de la mañana un pájaro canta desde una de las ramas del árbol que tengo junto a la ventana del dormitorio y no me ha dejado dormir. Le he pedido varias veces que se calle, de formas poco amables, eso debo reconocerlo, pero ni puto caso. Una razón más para comprarme ese rifle de perdigones que vi el otro día en la tienda del chino de acá a la vuelta. Por ahí así me entiende este pájaro de mierda, los tiros son en idioma universal. Pero viniendo de ese chino… anda a saber si funciona.     No tenía idea que carajo hacer tan temprano, así que puse a ver una película en Netflix, la nueva de superhéroes. Es una de esas adaptaciones de los comics creados originalmente para entretener a niños de doce años y que ahora disfruta gente madura de más de treinta. Se puede ver que se preocuparon por representar a todas las razas para así parecer inclusivos. Hay afroamericanos, latinos, japoneses, indios y dioses nórdicos. Por supuesto algunos gay y lesbianas. Además, las mu