Quien Creen que Eres
Wilson se sentaba tres asientos delante de mí y era el típico chico callado del curso. El martes sacó un arma en plena clase, apuntó a nuestra maestra de literatura, la señorita Ramírez y le disparó dos veces en la cabeza.
La mujer cayó pesadamente sosteniendo Rayuela
de Cortázar entre sus manos.
Todos sabíamos
que algo así podía suceder. Hemos visto las noticias, ha habido otros casos similares.
Nada es tan inesperado como queremos creer.
Claro que al
principio pensamos que todo era una broma, pero no era la clase de chico que
juegan bromas.
Tardamos apenas unos
segundos en reaccionar, tiempo suficiente para que le apuntara a la cabeza a Laura Higgins y disparara nuevamente.
Quizás hubo
señales que decidimos no ver. Miramos hacia otro lado, incrédulos de lo que
podría sobrevenir o demasiado crédulos de que no seríamos objeto del fatal
destino.
Porque diosito
nos ama.
La chica de cayó
de espaldas al suelo y su cabellera rubia comenzó a teñirse de rojo carmesí. Su
cuerpo temblaba débilmente y podía escucharse que emitía un silbido tenue, probablemente
porque tendría alguna dificultad para respirar.
Todos decían que
era una zorra. Se corría el rumor que se lo había chupado a Randy en el baño de
las chicas del segundo piso del colegio. Aunque ella se ocupó de desmentirlo
más de una vez, nadie le creyó. Todos seguían hablando a sus espaldas, creo que
por envidia. Los varones teníamos ganas de que una chica así nos la chupe y las
chicas hubiesen querido que Randy se fije en ellas.
Ahora supongo que
nunca se sabrá la verdad.
En ese mismo momento
comenzaron los gritos. Me tire al piso y usé uno de los pupitres de madera como
escudo, aunque sabía que eso no me protegería. Vamos, si hasta podría
agujerearlo con la punta de un bolígrafo.
Samuel Phillips, el inteligente de la clase, se cubrió la cara con su
manual de física y cerró fuertemente sus ojos, como si eso lo protegiera de una
bala. Estar así de cagado hace que te falle el cerebro.
Henry Jefferson intentó
correr hacia la puerta, pero no logró llegar. El nerviosismo del momento sumado
a su obesidad mórbida hizo que no sea lo suficientemente rápido cómo para
escapar. Dos balas perforan su espalda y se desvaneció en ese mismo instante.
Carajo. Le había prestado veinte billetes
que no volveré a ver.
En ese momento me puse a pensar que haría cuando sea mi turno. Cuando me
apunte con su pistola y vea que está a punto de oprimir el gatillo.
—¡Espera, no lo hagas! Recuerdas aquella
vez que…
No existía aquella vez.
Wilson no era mi amigo, pero tampoco nos llevábamos mal. Simplemente pasaba
de él, como la mayoría.
Era el típico chico que sabes que alguna vez lo encontraras vendiendo hierba en la universidad con el
cabello largo, algunos tatuajes y una remera de Mötley Crüe.
Sabía tanto de él como se de uno de los casilleros del pasillo o una de las
sillas del aula. Sólo era parte del decorado que veía a diario, pero nada más.
Pude ver como
miraba entre los cuerpos amontonados tiritantes e indefensos buscando algo o a
alguien.
Todos se apartaban
de su mirada como si sus ojos fueran el cañón de su pistola. Yo hice lo mismo, claro,
e intenté
moverme ligeramente hacia la derecha para cubrirme aún más de lo que estaba,
pero me topé con el cuerpo inerte de la señorita Ramírez que me lo impidió.
Tenía los ojos abiertos y sus heridas en la frente aún sangraban.
Voy a ser sincero, mi único pensamiento en ese momento fue que no tendría
que estudiar para el examen de la semana siguiente.
Wilson siguió explorándonos
con su mirada, parecía un animal salvaje eligiendo una presa de entre la
manada. Finalmente encontró a quien buscaba.
Tomó a Randy del
cabello y le apoyó el revólver en la frente. Estuvo así unos segundos, estoy
seguro que quería que el chico sienta el frio del cañón, se ponga a llorar y se
cague de miedo.
Parecía que quería
humillarlo antes de matarlo.
Randy comenzó a sollozar y se cagó de miedo.
Espero que sea verdad que Laura se la haya
chupado.
Repentinamente las puertas del aula se
abrieron y un hombre ingresó con las manos en alto.
—Quiero que te
calmes. Podemos resolver lo que sea que te pase.
Wilson lo miró e inmediatamente
se angustió. Su cara cambió, podía notarse que hacía fuerza para no ponerse a
llorar como un crío.
Sentí lástima por él.
—Todo se arreglará. —continuó diciendo.
Mentira. Llegado a este punto nada puede
arreglarse. Solo quedaba saber hasta dónde llegaría la mierda.
A Wilson sólo le quedaban dos salidas y
ninguna era bonita.
El hombre que entró con las manos arriba,
haciendo que se le suba la remera y se le vea su desagradable estómago cubierto
de pelo, era José, el encargado de la limpieza del edificio.
Sé que tiene dos hijas que asisten a este
colegio. A una no la conozco, la otra no
está muy buena. Creo que se llama Carmen y es la que se lio con el profesor de
educación física… bueno esa es otra historia.
José intentó acercarse lentamente, un paso
a la vez. Quizás en algún momento pasó por su cabeza que podía llegar a el
chico, arrebatarle el arma y lograr inmovilizarlo.
Pero Wilson tenía otros planes. Sin mediar
palabra levantó el arma y disparó dos veces contra el conserje. Una de las
balas dio en la pared mientras que la otra le atravesó
el cuenco ocular, haciendo que el hombre se desplome.
Luego volvió sobre
sus pasos y apoyó nuevamente el cañón en la cabeza a Randy que seguía inmóvil en
el mismo lugar. Gatilló. No pasó nada. Otra vez. Nada.
—Mierda, las putas balas —dijo mientras abría
el tambor de su revolver.
Caminó lentamente hasta su mochila y con
mucha tranquilidad se puso a buscar dentro.
Un par de mis compañeras aprovecharon su
distracción para salir corriendo a toda hostia. Él no hizo nada para
detenerlas.
Sacó una caja de municiones y comenzó a recargar
con lentitud su arma. Miró a Randy y comenzó a contar las balas a medida que
las ingresaba en la recámara.
—Una, dos, tres…
El puto Randy estaba observando la
secuencia sabiendo lo que ocurriría a continuación, pero al parecer no lograba
moverse. Estaba totalmente paralizado. Ni siquiera parpadeaba.
No sé cómo coño no se meó encima.
—Cuatro, cinco, seis.
Cuando termino de
cargar, cerró el tambor, levantó su arma y le apuntó a la cabeza. Supongo que
se había cansado de hacerlo sufrir. Creo que sabía, también, que su tiempo se
agotaba.
Disparó. Una, dos, tres veces.
El chico recibió todos los impactos en el
pecho.
Inmediatamente después puso el cañón dentro
de su propia boca. Estuvo por unos segundos en esa posición, inmóvil.
Luego se llevó el arma a la sien.
Me pareció una buena decisión. Me imagino
los memes que le harían si muriese con una pistola en la boca. Parece que se
estuviera comiendo una polla. ¿Entiendes? Nadie quiere morir así.
Oprimió el gatillo, pero, al parecer,
estaba más duro de lo habitual.
—Carajo.
Otros tres de mis compañeros huyeron por la
puerta, mientras él se ocupaba de golpear el cilindro contra su mano, primero,
y luego contra su muslo.
La alarma comenzó a sonar y un ruido
ensordecedor inundó el lugar. A pesar de eso, pude escuchar como se le escapó un
tiro e impactó contra el suelo.
Volvió a apoyar el revolver en su cabeza.
Miré hacia un costado para no observar la
escena y noté, para mi sorpresa, que la señorita Ramírez había dejado de
sangrar.
Oigo un último disparo.
No sé cuánto tiempo habrá pasado desde ese
momento, pero no me moví de ese lugar hasta que entró la policía y me obligaron
a ir con los paramédicos. Me llevaron afuera, me sentaron en la parte de atrás
de una ambulancia, me dieron una manta y un vaso con agua.
Hacía como treinta grados y no tenía sed.
Pude ver como sacaban los cuerpos cubiertos
por sábanas blancas, mientras llegaban los móviles de la televisión. Por todos
lados se oía las palabras masacre y tragedia.
Los curiosos se amontonaban y los agentes
de policía intentaban apartarlos del lugar, pero llegaban más y más. El morbo
es un sentimiento muy poderoso.
Más tarde me enteré por los medios que Laura Higgins había
llegado viva al hospital, pero había fallecido a las pocas horas de ingresada.
Mis padres llegaron un tiempo después y me
llevaron a casa.
Hoy me dijeron que debía venir aquí al juzgado,
para contar todo lo que había sucedido. No tengo mucho más que decir.
—Agradecemos tu testimonio. Es importante
para saber que pasó. —me dice el hombre que me tomaba declaración—
No creo que nunca se sepa realmente que
paso. Va a ser otra de las anécdotas que se cuentan en los pasillos de la
escuela. Se inventarán historias, chismes, cotilleos. Van a decir que alguien
le contó que le contaron que otro escuchó.
Un pobre chico, un héroe, un loco.
Nunca importa quién eres en realidad, sino
quien creen que eres.
Con el tiempo hasta se llegará a dudar que
esto realmente haya pasado alguna vez.
Como el bucal de Laura.
Negacionistas, revisionistas y aquellos que
sostienen la versión oficial pelearán por quien tiene la verdad. Y ninguno la
tiene.
—Espero que hagan algo —le digo al hombre
del juzgado— No quisiera que esto vuelva a pasar en ningún otro lugar.
—Tranquilo. —me responde— Hemos adoptado las medidas pertinentes. Wilson reprobará la asignatura.
QUIEN CREEN QUE ERES
Cocaína Social
by Nielsen Gabrich
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