Cocaína Social

En la televisión hay una mujer mostrando los pechos. Se escucha como el público aplaude mientras las cámaras intentan no perder detalle alguno. Están demasiado rígidas, no creo que sean naturales.

Ella sonríe, mientras el lente de la cámara recorre su cuerpo. Se apodera de él.

Sus rizos dorados recorren el contorno de sus senos. Su cabello también se ve artificial. 

En mi apartamento siempre hay algo encendido. La televisión, la radio o cualquier aparato que emita la voz de un ser humano, o lo más similar a eso posible. Si hubiese alguien que me pregunte porque, le diría que genera en mi la falsa sensación de compañía, pero mejorada. Una persona que hable sin necesidad de que le responda, que lo mire o que siquiera le preste atención. 

Nunca nadie pregunta.

Es necesario siempre estar distraído, muriendo sin darme cuenta.

Mantener el cerebro ocupado en cosas sin importancia, para ocultar en la oscuridad todo aquello que supura. El silencio a veces grita y me transporte a lugares donde ya he estado y no quiero volver. 

Solo sigue el conejo blanco.

La chica levanta de la televisión su pollera, abre sus piernas y corre sus diminutas bragas para mostrar el coño.

Creo que es una y diez de la tarde.

Sabía que no era rubia natural.

No debo quedarme a solas conmigo mismo ni por un segundo. Mis pensamientos me atormentan. Me recuerdan que estoy vivo y que debería hacer algo con eso.

Demasiada responsabilidad.

Es necesario escaparse de uno mismo.

Varias mujeres del programa corren a su lado y comienzan a sacarse selfis junto a su vagina. Algunas sacan la lengua e imitan lamerlo. Flash. Otras hacen la V de victoria con los dedos. Flash. Hay quienes prefieren cerrar el puño en señal de fuerza. Flash.

En algunos segundos todo estará en las redes sociales.

En Twitter nace un nuevo hashtag; #peluda es tendencia mundial.

Los hombres no saben si mirar será considerado un acto machista, por lo que prefieren apartar la mirada. Son hombres adultos, algunos entrados en años, que se ruborizan y se observan entre sí para ver la actitud que toma el otro. Están incómodos, pero no dicen una sola palabra.

Me descubro sonriendo en la más absoluta soledad.

Todos hablan de la chica de la tele como nuevo símbolo del empoderamiento femenino. La rebelión de la mujer. Que serían de ella y su valentía de mostrar el coño en el horario en que la familia almuerza. Deconstrucción total. No hay que avergonzarse de ser mujer.

Anestesia para una mente marchita.

Después de trabajar todo el día para un puto millonario al que debo agradecer la oportunidad de ser su esclavo, no quiero escuchar a Nietzsche ni soportar el pesimismo de Cioran.

Mi único deseo es callar esa voz que me susurra al oído las formas más efectivas de suicidio. 

No tengo nada de qué avergonzarme, no soy el único.

Seguramente el científico que trabaja en la cura del cáncer de mama, llama a algún número de teléfono para salvar de la eliminación a una participante de gran hermano porque le gustan sus tetas.

Mira el rating. Si dice que millones de personas ven el programa, es porque tu contador, tu dentista y tu padre están en su sofá en calzoncillos rascándose los huevos mientras lo miran.

Hasta el cura de la iglesia está atento a lo que hará la rubia a continuación, mientras sube lentamente su sotana hasta dejarla por encima de las rodillas.

Ricitos de oro ahora muestra el culo, mientras habla de cómo aceptarse a uno mismo tal cual es.

Es perfecto, sin celulitis.

Luego menciona que, después de los comerciales, dirá que dietas debes seguir para llegar al verano sin esos kilos extra que seguramente tienes.

Mientras la rubia sonríe en alguna parte una madre llora la pérdida de su hijo. Tiene la mirada perdida, los ojos vacíos. El niño comenzó a agitarse hasta que se desvaneció en sus manos. Los médicos le informan que fue a causa de la desnutrición. Ella les confiesa que a veces no tienen para comer.

En otro lado del mundo una bomba cae en un colegio rural. Hay personas que sacan los escombros con las manos descubiertas en busca de algún sobreviviente. Hallaron seis críos. Todos muertos.

Los políticos siguen dando discursos y llenándose los bolsillos con el dinero de los pobres.

Una chica con tuberculosis postrada en una cama de hospital con sus últimas fuerzas toma del brazo a un doctor, lo mira fijamente y le dice con apenas un hilo de voz «Ayúdeme, por favor. No quiero morir de pobreza»  

Un hombre le da una golpiza a su mujer. Ella no llora, él sí.

En una clínica abortista una enfermera hace pasar al quirófano a una futura ex madre.

Otro adolecente se suicida por amor.

Pero tío, que buen culo tiene esa rubia.

Me imagino a mí mismo entrando a ese estudio de televisión y sentándome junto a la chica desnuda, esperando para presentar ese libro que todavía no he escrito.

Después de todo, los escritores también somos parte del mismo espectáculo. Nuestra obra no es más que un puto entretenimiento para no mirar la vida a los ojos.

No somos diferentes a la rubia.

Mostramos aún más que aquella chica, porque desnudamos nuestras almas.

Y no tenemos almas bonitas.

Monos haciendo monerías para que te entretengas.

Putas moviendo el culo por unos pocos billetes.

Un escape de la realidad.

El comercial dice que me vería mucho mejor con una crema anti-age que me saca hasta dos años en cuestión de meses.

Qué maravilla lo que puede hacer la medicina hoy en día, con todos estos nuevos descubrimientos científicos. Tengo cuarenta y podría verme de treinta y ocho.

Ahora la rubia llora.

Un hombre le acerca tímidamente un pañuelo. Lo hace despacio, casi como si quisiera pedirle permiso y perdón a la vez por intentar ayudarla. No quiere verse como un opresor.

Sabe que hay marcas que duran de por vida y no hay crema que pueda borrarlas.

Nunca nadie admitirá que es adicto al entretenimiento. Pero necesitamos de esta droga que nos mantenga abstraídos, para dejar de pensar en cómo todo se ha ido a la mierda.

No he hecho nada importante. Ni lo haré.

Escogí el camino incorrecto y ya no hay vuelta atrás.

La he cagado.

Y como la vida ya no vale nada, comienzo a vivir un poco la de los otros. Porque no estoy ni cerca de ser tan interesante como aquellos que aparecen en la pantalla. Porque lo más trasgresor que he llegado a hacer es mear con la puerta abierta o fumarme un porro en el balcón.

Es mucho más entretenido saber si esa chica tiene Botox o se ha operado el culo; si aquel hombre le fue infiel a su prometida, o cuánto le habrá costado el perro con cara de pene que tiene la diva.

Si concentras tu atención en la pantalla, ya no ves las paredes descascaradas, la heladera vacía, las facturas acumuladas.

Desaparecen los platos sucios en el fregadero, las fotos repletas de polvo, el excusado tapado.

La espalda duele menos, la cabeza duele menos, el amor duele menos.

Las plantas muertas, las uñas crecidas, la vida desperdiciada.

Cuando la chica termina de llorar, llega mí turno.

¿Tu eres el que ha escrito ese libro?

Miro a cámara y nuestro la portada.

Compren un ejemplar —Sonrío—

—¿De qué se trata?

—De como pasar el rato hasta que te mueres. 

Luego las luces se apagan y salgo por la puerta de atrás.

Cambio de canal. 



COCAÍNA SOCIAL

Cocaína Social

by Nielsen Gabrich


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