Preludio

Imagina que estas en un avión, sudando, y giras la cabeza hacia atrás sólo para ver como esa azafata rubia mueve el culo de un lado a otro mientras se pasea por los pasillos.

Miras al cielo y mientras te acomodas para que el cinturón no te apreté el abdomen le preguntas a dios por qué no eres como esas personas que salen en los comerciales.       

Hombres atléticos, que ríen con su sonrisa perfecta. Que tienen el mundo a sus pies con solo proponérselo.

La observas nuevamente cuando se inclina para acomodar la almohada de un muchacho sólo un par de asientos atrás.

No puedes dejar de imaginarte alargando la mano y cogerle el culo bien fuerte. Fantaseas con la idea de que ella te tome del brazo y te lleve casi a rastras a uno de los baños, te arroje con fuerza contra el excusado y se lance sobre ti.

Resoplas. El clima está bien pero aun así sientes mojadas las axilas.

Deberías bajar veinte kilos, por lo menos.

Piensas en que hasta dios tiene sus preferidos. Muchos caminan por la tierra mientras que otros solo nos arrastramos.

Te replanteas la idea del ateísmo como opción.

De repente sus ojos verdes miran a los tuyos. Tiene los labios carnosos y las pecas adornan su rostro.

Las pulsaciones se hacen cada vez más rápidas.

—¿Señor, quiere algo de beber?

Las palabras no salen de tu boca, por lo que giras la cabeza de un lado a otro.

La mente dispara miles de relatos entrelazados que se conectan aún sin una conexión aparente.

Mis narraciones son justamente eso. Distintas reflexiones que de algún modo se vinculan dentro de mi cabeza, con más o menos coherencia.

Son completamente innecesarios, y quizás nunca deberían haber salido del lugar donde nacieron.

El culo y dios.



PRELUDIO

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