La Idea no es Vivir para Siempre
Imagina la cara de mi médico leyendo los exámenes a los que me he sometido hace un par de semanas atrás. Ves como su semblante cambia y se pone serio. Habla despacio, eligiendo sus palabras con cuidado. Se abstiene de ser demasiado técnico, pero sin descuidar su profesionalismo. Se muestra afable, cercano, intenta parecer amigable.
Eso es lo que deben
enseñarle en la facultad de medicina.
No lo conocía hasta hace un
par de semanas, cuando comenzaron los síntomas, y ahora me siento más ligado a
él que a mi puto padre.
Ya busqué los resultados en
Google.
Si eres un sujeto que, como
yo, siempre quiere tener la razón, créeme cuando digo que hay ciertas cosas en
las que es preferible estar equivocado.
Ahora mi doctor, que al
parecer también es mi amigo, toma mi brazo con su mano derecha mientras dice
palabras como lucha, batalla, pelea, fuerza, coraje.
Creo que sé de qué guerra me
habla.
Intento escucharlo con
atención, pero ya no lo comprendo. Solo puedo ver como se mueven sus labios
debajo de su copioso y cuidado mostacho. Creo que mi corazón se ha detenido, no
siento la estampida de hace unos segundos atrás.
Cuando me despide de su
consultorio le juro que seguiré cada una de sus palabras al pie de la letra. Me
arrodillaría ante sus pies como si fuera un dios pagano si así lo requiriese,
pero sólo dice que en mi caso es recomendable que vea a un psicólogo.
Imagina un poco más allá,
cuando mi nuevo analista baja sus gafas para mirarme directamente a los ojos para
luego decirme:
—Todos vamos a morir algún
día.
Después de haber ido con el
cura sanador que me ha recomendado una de mis tías, y tras arrepentirme por no
haber sido un buen cristiano por no haber dado el diezmo en la misa, puedo ver
como se rasca la coronilla y baja sus lentes hasta la punta de su nariz para mirarme
directo a los ojos y decirme:
—Todos vamos a morir algún
día.
Quizás dios me odia.
Ahora imagina un paso más
adelante, cuando bajo al sótano de una iglesia con el nombre de algún santo
muerto de alguna forma horrible a reunirme en una sala pequeña con olor a
tabaco y café barato con unas quince personas con las que supuestamente tengo
algo en común. Tomamos asiento en círculo sobre pequeñas sillas de madera donde
apenas me entra el culo y mientras comento mi situación con los presentes una mujer
gorda me interrumpe para decirme:
—Todos vamos a morir algún
día.
Probé terapias alternativas como
comer un tipo de cereales que sólo cultiva en un país cuyo nombre cambia cada
tres años. Por lo menos eso dijo el que los vende. Comí insectos de variedad de
colores y tamaños de nombres que no recuerdo y bebí gotas de plantas extintas en
pequeños frascos de color marrón oscuro que sabían a mierda.
Practiqué religiones extrañas
como adorar animales y a mujeres con muchos brazos. Hablé con los muertos, encendí
velas y jugué a las cartas.
Quizás dios me odia. Todos
ellos.
No importa. Estoy seguro que
un día alguien vendrá y me confesará que todo es mentira. Que dios son los
padres. Que la muerte es el final del camino y todo eso del cielo y el infierno
es para que sea un buen muchacho y no haga ninguna travesura.
Por las dudas a veces rezo.
Pensé en comprarme una
pistola para ser yo quien elija el momento. Quisiera sentirme por una vez
ganador y esta podría ser mi única oportunidad de triunfar.
Sólo espero no fallar.
No quisiera despertarme en
un hospital con la mitad del cerebro, no pudiendo recordar cómo llevarme una
cuchara a la boca o cuál es la tendencia este verano.
Una vez que hayas imaginado
todo eso, piensa en mí ahora, mientras me repito a mí mismo:
—Todos vamos a morir algún
día.
He leído ya, todos los
libros de autoayuda que he podido. Me gustaría poder pensar que es verdad eso
de que si realmente creo en algo voy a poder lograrlo. Qué solo hace falta mi energía
positiva para alcanzar todo aquello que me proponga. El universo conspirará a mi
favor y cumpliré todas mis metas.
Que al final, seré feliz.
Pero al universo le importo
una mierda, y cada día que pasa estoy más hundido en el fango que el anterior.
No existe la llave, ni el
secreto, ni polla que pueda ayudarme. Aunque quizás he sido yo el que no me he
concentrado lo suficiente.
En la televisión un indio
con barba me dice que toda la vida estuve respirando mal y que él me puede
enseñar cómo hacerlo correctamente. Claro que sólo me lo dirá por un módico
precio. Creo que voy a darle dinero, no podría mentirme con esa carita de
bueno.
Compré piedras de diferentes colores
que me vendió un anciano sentado en ojotas sobre una alfombra en una plaza, de
larga barba blanca y mirada serena. Me dijo que eran muy efectivas para el
tratamiento de numerosas afecciones. Se nota que debe saber de lo que habla.
Hice que me clavaran agujas porque
me aseguraron que me vendría bien desbloquear mis chakras, dejé que me picaran
abejas, reubique mi cama a una pared sin ventanas y compré adornos que tengan
resonancia con la naturaleza. Hasta me metí café por el culo. Y era del caro.
He dejado que una chica pusiera sus
manos cerca de mí porque, según ella, iba a transmitirme una energía sanadora
proveniente del cosmos. Yo quería que me toque, pero no puso ni un solo dedo
sobre mi cuerpo.
Aun así, me sentí manoseado.
Ahora estoy sólo en mi cama,
entre las sábanas retorcidas. No sé si podré volver a salir alguna vez de aquí.
Tengo miedo de dormir.
Las voces de la televisión
me mantienen despierto, no sé por cuánto. En el programa de espectáculos una
famosa actriz dice que tomar la primera orina de la mañana es la solución para
todos los problemas de salud.
No, no voy a hacerlo. Estoy un
poco cansado de intentar. Creo que sólo dejaré que sea lo que tenga que ser.
Mi idea nunca fue vivir para
siempre.
Sólo espero que no se acabe
vuestra imaginación y pueda pedirte mañana que me sigas imaginando.
Sólo un poco más. No será
por mucho tiempo.
A fin de cuentas, todos
vamos a morir algún día.
LA IDEA NO ES VIVIR PARA SIEMPRE
Cocaína Social
by Nielsen Gabrich
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