Superficial

Tomás entró cabizbajo a la sala. Al levantar la vista vio al licenciado sentado en su sillón. Advirtió el escaso pelo que tenía en la cabeza, pero un gran mostacho oscuro sobre sus labios. Típico —pensó—

El hombre sacó unos lentes de su estuche y se los colocó lentamente sobre su nariz. Le sonrió y con un movimiento de su mano le indicó el diván donde Tomás debería sentarse.

—Buenas tardes. Soy el Licenciado Fernández y seré tu psicólogo. Puedes llamarme Felipe, si lo deseas. Ante todo, quiero que te sientas cómodo y tengas la tranquilidad de que nada de lo que hablemos, ni de lo que pase, va a salir de aquí.

Tomás asiente con la cabeza.

—¿Puedo llamarte por tu nombre?

Tomás asiente nuevamente.

—Tobías, cómo esta…

—Tomás —interrumpió— mi nombre es Tomás.

—Ah sí, disculpa. Bueno dime, ¿cómo estas hoy?

—Bien. Un poco nervioso. Nunca había tenido una sesión de terapia antes.

—Es normal estar un poco acojonado. Los psicólogos tenemos el poder de recomponer la mente, pero también de destruirla.

Tomás le sonrió sin saber muy bien que decir.

—¿Qué edad tienes ahora?

—Veinticinco.

—¿Qué edad tenías cuando ocurrieron los hechos?

—Unos quince.

—Estabas bastante grandecito.

Tomás no responde.

—¿Que recuerdas de la primera vez que ocurrió? —continúa el licenciado—

—La primera vez recuerdo que mi padre entró en mi habitación, se sentó en mi cama y me dio un beso en la boca.

Su voz tiembla al evocar el recuerdo. Lo angustia revivir ese momento.

—Tranquilo —dice Fernández— con calma.

—Estaba paralizado. Quería correr, pero ¿dónde iba a ir? Tomó mi mano y la puso en su pene. Hizo que lo masturbara, mientras el me tocaba a mí por arriba del pantalón.

—¿La tenía grande?

—No sé qué tenga que ver eso…

—Es solo para ver cuán lúcido tienes el recuerdo de aquella situación.

—No lo sé. Normal supongo.

—Y tu… ¿tuviste una erección cuando él te tocó?

—Creo que no…

—Crees… (Si eres un guarro.) —susurra—

—¿Cómo?

—Que continúes por favor.

—Una noche me dijo que fuera a su habitación a ver una película con él y puso una pornográfica. Mientras la mirábamos me pregunto si me gustaban los hombres.

—¿Qué contestaste?

—¡¡¡¡Que no!!!!

—Le mentiste… ¿no es así?

—¡¡¡¡No!!!! Me atraen las mujeres.

—Claro, continua. (Putito.) —susurra nuevamente—

—Esa misma noche me dijo que me quedase a dormir con él. Cuando apagó las luces podía sentir como apretaba su cuerpo contra el mío. Por más que lo intentaba, no podía separarme.

—Disculpa, pero creo que lo que me estás contando es demasiado íntimo y el tipo de terapia que estoy utilizando no es el correcto. Mea culpa. Para tratar mejor tu caso creo que sería conveniente tener un contacto más directo. Cercano. ¿Te parece si me siento en el diván contigo?

—Si a usted le parece.

—Muy bien. Tu sígueme contando, no te detengas.

—En una oportunidad —continúa Tomás— me dijo que me vaya a duchar y él se metió conmigo. Luego comenzó a tocarme con la excusa de que me estaba enseñando a lavarme el pene correctamente.

—¿Tienes calor? ¿hace calor verdad? ¿Quieres que ponga un poco el aire?

—Estoy bien…

—Continúa por favor.

—Algunas veces me despertaba y lo veía parado en las sombras masturbándose mientras me miraba. Me sentía muy vulnerable. Tenía mucho miedo.

—Que linda la cadenita que tienes en el cuello. ¿Eres católico?

—Sí, supongo…

Tienes los pectorales trabajados… ¿haces ejercicios?

—Por qué me está preguntando eso ahora…

—Es solo para conocerte un poco más, para acercarme a ti. No te preocupes, prosigue con el relato.

—En una oportunidad entró a mi cuarto y se metió en mi cama. Me pidió que le hiciera sexo oral y luego me penetró.

—¿Y cómo te sentiste? ¿Te gusto?

—¡¡¡¡NOOO!!! Como cree…. ¿QUE ESTA HACIENDO?

—Son solo unos masajes, estas un poco tenso. Relájate.

—¿Por qué hace esto?

—¿Te gusta?

—Me estoy sintiendo incómodo.

—Y yo siento que estoy muy caliente, ¿sabes? Me has puesto muy cachondo.

—¿Qué dice?

—Mírame, la tengo tiesa. ¿Buscabas esto?

El psiquiatra lo tomó por el pelo e intentó besarlo. Tomás lo empujó intentando resistirse. Fernández lo abofeteó varias veces con fuerza hasta que cayó al suelo. Luego lo cogió con rudeza y lo arrojó de espaldas en el diván. Le bajó de un tirón el pantalón y comenzó a besarle el culo. Después se puso a azotarle las nalgas con la mano abierta, una y otra vez.  

Cuando se cansó de golpearlo, bajó su cremallera, sacó su pene erecto y se la metió por el ano.

Tomás intento gritar, pero Fernández hundió su rostro en el colchón del mueble.

Estuvo bombeando un rato hasta que se vino sobre el culo de su paciente.

—¡Mierda! Que bien has estado.

Tomás no dijo una sola palabra.

—Creo que lo vamos a dejar aquí por hoy. Ha sido una sesión movilizante.

Tomas con lágrimas en los ojos y visiblemente adolorido se subió el pantalón y se dirigió a la puerta.

—Espera Tobías. No has abonado la consulta. —dijo el licenciado.

Tomás regresó, sacó un billete y lo arrojo sobre el diván. Giró y se dirigió nuevamente a la puerta de salida.

—Te espero el miércoles próximo. No lo olvides.

 

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