Inauguración de un retrete
Estaba bebiéndome una cerveza y una chica se acercó al taburete dónde estaba sentado.
—Voy a
dejar que me beses si dejas que mi hermano te la chupe.
—¿Cómo?
—Besémonos.
Pero a mí hermano le gustaría hacerte una mamada.
Mire
sobre su hombro y apoyado sobre una pared al lado del baño de hombres estaba un
chaval, menudo y de ojos grandes que apartaba a posta la mirada.
Miré
de nuevo a la chica y dije:
—Vale.
Así
que me fui con ellos.
La tía
era simpática, hablamos un rato de trivialidades sin importancia. El chico me
sonreía cuando me miraba, pero no decía una palabra.
Subimos
a su apartamento y me senté en el sillón de la sala. Ella me alcanzó una
cerveza fría.
Por un
momento pensé que podrían drogarme para robarme los órganos o algo así. No sé,
no los conocía de nada.
Así
que le di un trago largo a la cerveza. «Que pase lo que tenga que pasar», me dije a mi mismo.
Ella
se sentó a mí lado. Dejé mí bebida a una pequeña mesa a un costado y comenzamos
a besarnos. Yo me bajé la bragueta y le dije al hermano:
—Haz
lo que tengas que hacer.
Empezó
a tocarme la polla con la mano y sentí como se la metía en la boca mientras yo
besaba a la chica. Se me empezó a poner dura.
Empecé
a meterle mano en el culo y le dije:
—Quiero
ponértela.
Ella
sonrió y metió su lengua nuevamente en mí boca, casi hasta la garganta. Yo la
tomé del cabello y apreté, aún más, su boca contra la mía.
El
chico seguía a buen ritmo.
Desabroché
el pantalón de la chica y puse mi mano entre sus piernas. Comencé a hurgar su
interior con mis dedos que notaba cada vez más húmedos.
Le
gustaba la situación, no la ponía para nada incómoda que su hermano me la
estuviera mamando al mismo tiempo que mi índice y mí mayor estuvieran dentro de
su cuerpo.
A mí
me daba lo mismo. No me hubiera importado que, en vez del muchacho, su perro fuera
el que me la estuviera lamiendo.
—Me
corro—dije.
—¿Qué?
—preguntó ella.
—¡Que
me corro! —repetí.
Me
aparte de ella. Tomé la cabeza del hermano y la apreté con fuerza contra mí
pelvis mientras gemía a los gritos.
Ella
comenzó a golpearme en el hombro y a gritarme:
—¡Suéltalo
que lo ahogas!
Yo no
disminuía la presión. Parecía un volcán y no iba a soltarlo hasta que terminara
mi erupción.
Finalmente
lo deje. El chico estaba rojo y empezó a toser. Normal.
Ella
fue hasta la cocina a traerle un vaso con agua.
—¡Eres
un animal!
—Sí,
lo sé. Tráeme algo para limpiarme.
Me
alcanzó unas servilletas de papel, que deje arrugadas sobre la misma mesa donde
descansaba la cerveza.
Quería
quedarme un rato más, pero al parecer la magia había acabado.
Di un
trago largo a la lata y dije:
—Creo
que es todo.
Me
incorporé y salí de allí.
Fui al
bar la noche siguiente, me senté y me tomé una cerveza. No voy a mentir,
esperaba volver a verla, pero ninguno de los hermanos apareció de nuevo por
allí.
Aproveché
para embriagarme, o por lo menos lo intenté. A veces el tamaño de mi cartera no
coincide con mis ganas de hacer algunas cosas y la gente es poco generosa, sobre
todo si su negocio es vender aquello que pides que te regalen.
—¿Conoces
a la mujer que viene aquí con su hermano? —pregunté al camarero.
—No sé
de qué hablas —contestó.
Salí a
la calle y me eché a andar sin saber bien adónde iba. Terminé tocando su timbre,
de forma un poco más insistente de lo que me gustaría reconocer.
Nadie
contestó y supuse que no estaba, aunque si se encontraba allí, entendía que no quisiera
atenderme. Yo tampoco me hubiera abierto.
Pasaron
los días y me fui olvidando de ella. Es lo bueno que tiene el tiempo. Lo único
bueno, quizás.
Seguí
yendo a los bares, perdiendo en los hipódromos, peleando en las calles. Normal.
Conocí
otra chica. Le daba duro al vino. Tenía también otras virtudes. Creo que ella
sólo buscaba a alguien que pueda pagar su vicio, pero a su ritmo y en el lugar
que estábamos iba a ser difícil que lo encontrara.
A la
segunda botella le dije que nos fuéramos de allí. Ella aceptó sin reparos.
Caminamos
hasta su casa que quedaba a un par de calles. Entramos y me senté en su sillón
mientras esperaba que trajera otra botella. No tenía ganas de beber, pero no
dije nada.
Había
una foto de un hombre en la pared. Parecía un tipo grande, de esos que le das
la razón, aunque no la tengan.
Cuando
regresó, le pregunté quién era.
—Es mi
marido. —contestó—
—¿Cómo?
No me van las casadas.
Las
casadas con maridos que me podrían romper la espina en un minuto, debería haber
dicho.
—No te
preocupes, está muerto.
Descorchó
la botella y me sirvió un poco vino. Bebí un buen sorbo. Era una porquería. A
ella no parecía importarle.
—¿Qué
le pasó? —pregunté—
—¿A
quién?
—A tu
marido.
—Ah, a
ese hijoputa. Lo maté.
—¿Tú?
—Sí,
no me hacía feliz en la cama. Ahora vamos, quiero que me des por el culo.
Me
tomo del brazo y me condujo hacia la habitación. Llevó también ese vino de
mierda consigo. Yo sudaba. Si se había cargado a ese hombre, podría hacer
conmigo lo que quisiese.
Cuando
entramos al dormitorio había un tipo en la cama.
—Es mi
hijo. —dijo.
Nos
reconocimos enseguida. El hijo de esa mujer era también el hermano de aquella
otra chica.
—Cuídate
la polla. —dijo ella.
—¿Cómo?
—Le
gustan los hombres. ¿Te va ese rollo?
—No
jodo con hombres.
El tío
salió de la habitación y ella comenzó a besarme. Cuando se me empezó a poner
tiesa me olvidé de aquel chico, su hermana y de su padre.
Me
echó sobre la cama y comenzó a chupármelo.
Ahora
entiendo de donde el chico había sacado tal destreza.
Luego
se sacó las bragas y se sentó sobre mí.
Estuvimos así un rato hasta que por fin me vine.
Ella
se acostó a mi lado, tomó un trago y se encendió un cigarrillo. El humo me
estaba mareando y tenía ganas de vomitar.
—¿Tienes
mas hijos? —pregunté—
—¿Por
qué quieres saber?
—Sólo
para conversar de algo.
—No.
Me
levanté y fui directo al baño.
—¿Dónde
vas? —dijo—
—Creo
que debo vomitar.
—Ten
cuidado con el retrete, es nuevo.
Me
importó una mierda. Abracé el retrete y me puse a devolver. Se podría decir que
fui parte de su inauguración. Creo que después me quedé dormido unos minutos.
Quizás fueron horas.
Me
levanté y volví al dormitorio. La mujer estaba dormida. O muerta, no me fije. Aproveché
que no me miraba y me limpié la polla con las sábanas. Luego me vestí y empecé
a buscar a su hijo por la casa, pero ya no estaba. Me quedé con ganas de
preguntarle sobre aquella chica que lo había presentado como su hermano.
Finalmente decidí
irme de allí. Había salido el sol, brillaba fuerte en el cielo. Caminé unas cuadras y me tomé el autobús. Me sentía muy cansado.
Normal.
Creo
que voy a intentar olvidar todo este asunto.
INAUGURACIÓN DE UN RETRETE
Cocaína Social
by Nielsen Gabrich
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